Más allá de ser una profesión, el tenis es un deporte donde lo mental prima sobre lo físico, el jugador podrá ser el más talentoso y poseer las mejores condiciones, pero si su cerebro es distraído por algún factor, los resultados se verán reflejados en pista.
Dicho esto, al ser una disciplina individual y trabajar con un entrenador, esta relación va más allá de lo laboral, donde ambos protagonistas se retroalimentan para crecer en esta persecución del éxito, destacando el respeto y la fluida comunicación que debe existir entre ambas partes, pero sobre todo el “buen rollo”.
El comienzo de una linda historia
“Desde el principio me gustó mucho por sus ganas. En Italia nunca encontré a nadie que tuviera una visión tan especial, a él le veía con tanta ilusión que me arrastraba a mí”, recuerda Sara Errani en una entrevista que compartió el medio Punto de Break, donde revivió los primeros pasos con Pablo Lozano y qué la impresionó de su entrenador.
“Lo tenía todo tan claro que me lo acabó pegando, se lo creyó mucho más que yo. Yo jamás hubiera imaginado llegar tan arriba, pero él confiaba plenamente. Me acuerdo cuando al principio me decía: ‘Venga, a ver si algún día hacemos unos cuartos de final en un Grand Slam’, y yo le decía que estaba loco”, cuenta Sara entre risas. “Me apretaba mucho, sacaba mucho de mí. Partidos donde yo le decía que no podía jugar mejor de lo que veía, él siempre me respondía: ‘Sí que puede’. Al final me hizo creer que podía hacer muchas más cosas de las que yo pensaba”, añade la ex número cinco de la WTA.
Volver al hogar
Luego de doce años juntos y de tantos éxitos, incluidos títulos de Grand Slam en dobles e importantes coronas en sencillos, Sara y Pablo separaron sus caminos en el 2016, un lapso en el que la campeona de Roland Garros 2012 vivió duros momentos dentro y fuera de las canchas. “Aun así, durante ese año él seguía mirando mis partidos y hablábamos después de cada uno. Para mí Pablo es como un hermano, hasta en la época que no entrenamos juntos siguió siendo un apoyo fundamental”, recuerda Errani.
Un calendario pasó y Sara volvió a ésta, la que siempre será su casa, reviviendo sensaciones que la llenaron de ilusión una vez más, lista para dar la batalla y disfrutar también del tenis, encontrando la Academia como siempre, como si nunca la hubiera dejado. “Hemos vivido tantas cosas que aquello era algo nuevo, igual que la situación de ahora. Luchamos por escalar en el ranking, vamos a torneos pequeños… es diferente, pero entre nosotros sigue existiendo la misma conexión”, detalla la jugadora dirigida por nuestro director. “He tenido mucha suerte de tener a Pablo siempre”, confiesa la oriunda de Bolonia.
La actual 131 del mundo sigue compitiendo con la misma ilusión de aquella niña que a los cinco años tomó una raqueta de tenis por primera vez gracias a su padre Giorgio, sabedora de lo dura que es este trabajo. “Lo que más me motiva es el deseo de volver a sentirme bien dentro de la pista. Cuando tienes tan malas sensaciones, te queda un sabor muy amargo en la boca. ¿Cómo vas a parar ahora? Quiero volver a tener esa buena sensación. Sé que ahora soy más mayor, pero quiero recuperar esa buena sensación, no importa si tengo que jugar un ITF 25K, no me importa jugar torneos pequeños. Claro que tengo la ilusión de jugar otra vez los torneos grandes, pero lo que más me empuja es el deseo de verme de nuevo en la pista luchando, sufriendo, sentirme competitiva. Estar ahí y darlo todo hasta el final”.
Sara, la de la garra, la que no da una pelota por perdida, la que quiere derrotar todos sus miedos y fantasmas para superar todos sus límites, esa jugadora que desde ya trabaja en la pretemporada, con la mirada puesta en un brillante 2021.
Una sonrisa da pista de sus ganas.